Descritores: TRADUCCIÓN (PROCESO)/historia; TRADUCTORES; INTERPRETACIÓN; TRADUCCIÓN LITERARIA; CUBA.
Al igual que otras investigaciones con propósito similar, con el consecuente enfoque nacional que las acota, esta reseña histórica del quehacer de los traductores cubanos desde 1492 hasta principios del siglo xx, peca de determinadas limitaciones.
En primer lugar, nuestros apuntes carecen de sentido crítico y tienen un carácter eminentemente informativo, habida cuenta de que las posibilidades de acceder a los originales son muy desiguales. Hacer una valoración de la obra individual en esas condiciones habría restado unidad y coherencia al estudio.
Por demás, estos empeños rara vez consiguen ser exhaustivos y es más que probable que hayamos omitido trabajos meritorios. Máxime, cuando esta nueva versión de un ensayo nuestro sobre el mismo tema,1 se ha ido completando aquí con referencias a trabajos de traductores que, además de escoger como textos/fuente la obra literaria de autores extranjeros en sus diversos géneros, se dedicaron también a la traducción de textos pragmáticos (obras didácticas, históricas, científicas, etc.) que son, por lo común, de mayor extensión.
Detenemos la investigación a principios del siglo xx, para no aventurarnos en una etapa en la que la actividad traduccional en Cuba se institucionaliza y se torna una labor colectiva e, incluso, una actividad oficial. Sobre todo en los últimos cincuenta años, que no así en la primera mitad, lo que ha dado a este quehacer perfiles sociales muy particulares. Esto acrecienta, por ende, el riesgo de desconocer u omitir hechuras y autorías que han pasado a ser prácticamente anónimas. Nos prometemos, no obstante, una continuación decorosa, cuando se propicie un pesquisaje más ordenado y objetivo que el que pudiéramos efectuar ahora.
Sugerimos dividir los períodos de la historia de la traducción en consonancia con los de la historia de la literatura cubana que propone José Antonio Portuondo,2 a saber:
II. La Conquista (1511-1536)
III. La Factoría (1537-1761)
IV. La Colonia (1762-1909)
V. La República semicolonial (1910-1959)
VI. La República (1959)
- Interpretación/traducción de inmediación.
- Primeras manifestaciones de una interpretación/traducción de prevalencia.
- La traducción de prevalencia funciona en situaciones de: dominación; rebeldía.
- Se va transformando en traducción de referencia que alterna con rasgos de dependencia.
En el primer lugar que desembarcamos pude entender sólo unas cuantas palabras del habla de la gente. Esto me entristeció, puesto que yo quería serle más útil a Colón que sirviéndole sólo para friccionarlo, vaciar su bacinica y cuidar su ropa. Se enojó tanto por eso, como se había enojado cuando los cubanos no entendieron el habla judía de Luis; pero luego decidió capturar a un hombre amistoso, que se acercó a la nave en una canoa, y forzarlo a traducir. Era muy de Colón hacer esto sin pensar que, como el hombre no hablaba castellano, le era menos útil que yo...
Si bien la traducción escrita en el Nuevo Continente es un hecho histórico documentable y, por ende, testimonial por excelencia de momentos diferentes de la evolución del fenómeno lingüístico iberoamericano y de nuestros contactos con otras lenguas y culturas, todas las modalidades de esta actividad comunicativa partieron allí de la cadena hablada.
La cita que encabeza este trabajo nos introduce en el mundo de la comunicación que vamos a llamar traducción de inmediación que se manifiesta en el período del Encuentro (1492-1510).
El narrador Yayael, personaje de ficción, aunque bien pudo ser real, es un aborigen de Guanahani (Walting), isla del archipiélago de las Yucayas, hoy Bahamas, que metido en la piel de un traductor-intérprete, acompañó al Almirante en sus peripecias por el Caribe, ya que es sobradamente conocido que desde su primera escala en tierra americana utilizó a un grupo de indígenas como intérpretes. Uno de ellos fue bautizado posteriormente como Diego Colomb y es el mismo cuya identidad pretende reivindicar Belfrage en su Nota a los colombinos y después en el presunto manuscrito de fray Diego Lucero, fechado en Córdoba en 1507, que figuran en la citada novela, aduciendo que Yayael y Diego Colomb son la misma persona. El segundo personaje que se menciona en la cita alcanza para los cubanos particular relevancia, porque debe su historicidad a haber sido el primer traductor-intérprete al castellano que se desempeñó en nuestra Isla, en 1492. Se llamaba Don Luis de Torres y era un judío converso que, además del consabido latín, se daba mañas en árabe, hebreo, griego y arameo, lenguas que tuvo que dejar a un lado en las Antillas y sólo quedarse con las mañas para tratar de adiestrar a los nativos, quienes, según cuenta la historia, más pronto que tarde tomaron su lugar y la palabra.
En la traducción de inmediación, destinada a funcionar sobre todo en situaciones de pura comunicación, las lenguas que traban contacto tienen, por lo regular, un nivel de desarrollo escaso y desigual. En este caso particular, por un lado, se trataba del aruaco que, según el antropólogo Daniel G. Brinton, era el tronco lingüístico más definido en América del Sur y, en aquella época, alcanzaba hasta las Yucayas o Bahamas, a poca distancia de la región septentrional del continente. El propio Colón, en el fragmento de su carta anunciadora del descubrimiento, impresa en Barcelona por Pedro Posa en 1493, relata que: en todas estas islas, non vide mucha diversidad [...] ni en la lengua, salvo que todos se entienden, que es cosa muy singular. Era evidente, empero, que los incipientes léxicos antillanos no podían expresar una reflexión que fuera más allá del universo material circundante y que carecía de vocablos para explicar una buena parte de los conceptos europeos. Pero, si bien el español era más evolucionado que el aruaco, no hay que olvidar que procedía de un latín ya degenerado, anterior a la gramática de Nebrija. La traducción de inmediación era, pues, la única forma posible de establecer una especie de puente capaz de sortear la barrera transcultural. Por demás, el antecedente directo de Don Luis de Torres habría que buscarlo con certeza en la escuela de Toledo (1125-1151), donde pese a la escasa conciencia del idioma propio, traducían, al romance, como podían, del árabe y del judío, no sin antes pasar por la censura de los revisores de castellano (Gerona, M. Cualidades requeridas de la traducción documental. Nueva York: Servicio de Traducción de la Organización de las Naciones Unidas, s/f:1-41. [mimeografiada]), que contribuyó en muy alta medida, sin embargo, al enriquecimiento de la lengua.
Otro intérprete de la época y, por cierto, el primer traductor negro conocido al español y acaso el primer negro brujo que hubo en Cuba, fue Estevancio, mencionado por Alejo Carpentier4 y por Fernando Ortiz.5 Llevado por Pánfilo de Narváez a la Florida en 1527, permaneció en suelo indio de la actual Texas, en unión de algunos supervivientes de la fracasada expedición, hasta 1539, y murió a manos de los indios zuniz !quienes jamás habían visto un negro! por utilizar una calabaza de valor ceremonial como instrumento de música.
A medida que la Conquista se consolidaba, con la conciencia católica erigida en razón de ser de España, en Cuba la traducción de inmediación fue dando paso a la traducción de prevalencia, que otros autores llaman de imperio. Podría decirse que adquiere matices según refleje una situación de dominación, como ocurre en la época de la Factoría, cuando la Isla era una simple escala hacia las tierras más ricas del Continente, o una situación de rebeldía, en épocas posteriores de la Colonia, época en la que, a la par con nuestras letras, fue naciendo también el anhelo independentista.
De la primera etapa no abundan los ejemplos. En la precaria y dispersa producción literaria de la Isla, el proceso de integración era lento y la vida, en general, una mera imitación formal de la de la metrópoli. Así las cosas, y pese a que la imprenta se introdujo en Cuba desde principios del siglo xviii, y a que el folleto más antiguo que se conoce data de 1723, la primera traducción de que tenemos noticias fue la realizada por el obispo Pedro Agustín Morell de Santa Cruz (1694-1768).
Aunque el manuscrito de su obra inacabada (Historia de la Isla y Catedral de Cuba) no fue dado a la estampa hasta 1929 por la Academia de Historia de Cuba, se sabe que, para el primero de los dos volúmenes en que dividió su obra, Morell tradujo del francés y resumió los capítulos principales referentes al descubrimiento de Colón y a las primeras etapas de la Conquista, de los cuatro primeros tomos de L'Histoire de l'Isle Espagnole de Saint-Domingue del padre Pierre François Xavier de Charlevoix, publicada en París en 1730. Como en las partes de la obra de Morell que se conservan no se aclara que había realizado dicha traducción para aprovechar los datos que la obra contenía, fue acusado de plagio por Abigaíl Mejía, cuyo padres, Juan Mejía y Cotes, tradujo y también publicó la obra de Charlevoix en varias separatas en la revista dominicana Letras y Ciencias (1892-1898), que dirigía Federico Henríquez y Carvajal. Henriquez Ureña opina que esta acusación fue probablemente injusta, toda vez que Charlevoix era demasiado conocido en la época para que Morell intentase impunemente el plagio.6
José Juan Arrom refiere que otro traductor-arreglista de la época fue el habanero Santiago Pita, quien se inspiró en una versión del italiano que él mismo realizó, de la obra escénica en prosa de Giacinto Andrea Cicognini titulada Il Principe Giardiniero, para escribir una obra que con idéntico título fue publicada en 1730 en Sevilla. Cabe destacar por estos años la labor traductoral del más antiguo clérigo de su Majestad en las iglesias auxiliares y parroquiales de La Habana y cura rector de su Parroquial Mayor: Juan Bautista Barea (1744-1789), reconocido como el mejor orador sagrado de su tiempo. No sólo tradujo a los Padres de la Iglesia (San Agustín, San Ambrosio y San Bernardo), sino también discursos de Cicerón, obras de Tertuliano y Floro, odas de Horacio y las historias griega y romana del abate Millet.
La toma de La Habana por los ingleses (1762) marca un hito en la historia económica y cultural de la Isla: el nacimiento de la Colonia. Ciertamente que en Cuba, desde los primeros tiempos, pero con más razón aún en el período colonial !en el que nuestra dependencia de España extendía las relaciones de la Metrópoli y, por consiguiente, las nuestras, a otros países de Europa! debieron traducirse otros materiales, y que el traductor oficial o administrativo tuvo necesariamente un espacio para desempeñarse sobre todo con la presencia de los ingleses durante un año en La Habana. Sin embargo, la historia no suele hacer justicia a este trabajador anónimo. Su obra, totalmente despersonalizada, carece de huellas.
A finales del siglo xviii y por iniciativa de Don Luis de las Casas, se fundó El Papel Periódico de La Havana (1790), y en sus páginas aparece una traducción del inglés, sin referencia al autor, de la nOda a la soledado de Pope. A esta época pertenece la producción de tres figuras: Jose Agustin Caballero (1762-1835), quien se desempeñaba fundamentalmente como traductor de textos históricos y científicos: De Sepúlveda acomete la traducción de La Historia del Nuevo Mundo y en especial de México (del latín) y la correspondencia de ese autor con Melchor Cano (del francés); las Lecciones preliminares del curso de estudios del abate Condillac y Philosophia electiva, transcripción del original del siglo xviii y versión castellana, (edición bilingüe latín-español) con introducción y notas de Jenaro Artiles; y la novela Cartas de Milady Julieta Castelvi a su amiga Milady Henriqueta Compley (del inglés); José Maria Callejas y Anaya (1772-1833), quien al morir, víctima de una epidemia de cólera, trabajaba en un Diccionario enciclopédico militar; y Ventura Pascual Ferrer (1772-1851), quien tiene a su haber versiones del latín, francés e italiano.
Si bien en un trabajo que aborda un tema tan específico no cabría extenderse en análisis de otra magnitud, sería impensable soslayar la importancia y el peso que la Colonia tuvo en todos los órdenes para la Isla, aunque sólo fuera para subrayar que justamente en aquellos años se gestó la nacionalidad cubana y se sentaron las bases de su cultura.
Desde dos siglos atrás, la Isla venía siendo un crisol donde como [incubada] en un ambiente familiar, del trato de las familias se forjaba la simiente, sin asistencia a instituciones sino brotada de sus propias exigencias autodidactas.7
El siglo xix, que da paso a una época que ve su estructura social y cultural conmovida en sus cimientos por la industrialización y por el triunfo cultural de la burguesía es, en todas partes, un período clave para la traducción. En Occidente se traduce todo y de todos los idiomas. Cuba no es ajena a ese movimiento. De manera que en el siglo xix, la traducción en la Isla alcanza uno de sus momentos más activos como vehículo de acercamiento a otras culturas. No exagero al decir, al comprobar cuán pródiga fue esta época en traductores de relieve intelectual, que aquellos cultivadores del género consideraron la traducción como una actividad asociada al prestigio cultural de quien la ejercía y no solo un modus vivendi.
Los creadores del xix, exponentes elocuentes de ese quehacer generacional de formación y búsqueda de raíces y de identidad que no podía sino asomarse, exhibieron todavía una producción desigual, no exenta de limitaciones estéticas. Los rasgos imitativos y poco selectivos de algunas de sus manifestaciones !y la traducción era una de ellas! se calcaron de las modas y tendencias eurocéntricas y norteamericanas devenidas en autoridad. Por eso la crítica no les suele conceder visado de perennidad. No tanto por su factura, sino por ausencia de originalidad. Pero, a medida que corría el siglo, permeados primero de un neoclasicismo decadente y más tarde, desde las filas de un romanticismo declarado o abrazando un modernismo incipiente, los traductores mayores y menores, creadores en sí mismos, cultos y populares, en la patria o el destierro, fueron transitando por las corrientes literarias de su siglo, sin proponerse, sin embargo, la europeización de nuestro continente y dejaron una impronta que empezaba a ser criolla en nuestra joven literatura.
Los autores/traductores eran gente formada e informada que en su mayoría tuvo la oportunidad de viajar y muchas veces de establecerse por cierto tiempo en el extranjero !fundamentalmente en Europa y los Estados Unidos!, casi siempre movidos por afanes separatistas y emancipadores, de suerte que, por estudio o por vivencia, conocieron varias lenguas y se relacionaron con otras culturas. El periodismo tampoco les fue ajeno. Y en un ambiente de tertulia, aglutinados en torno a determinadas figuras ceñeras, aquellos hombres y mujeres de su tiempo !en La Habana y en provincias! solieron compartir, como testigos y actores, ideas reformistas primero, separatistas más tarde, e independentistas por fin, amén de reflexiones y creaciones con lo mejor de su generación. De suerte que cualquier estudio sobre lo que se tradujo, cómo se tradujo y quién lo tradujo en el siglo xix en la Mayor de las Antillas !o en el extranjero sobre todo tema que interesara a los cubanos de la época y particularmente a aquellos que vivieron y participaron de una vida cultural y sociopolítica intensa en el período que abarca desde la fundación de El Papel Periódico hasta las primeras crónicas salidas de la pluma de nuestro José Martí, a finales del siglo! no puede soslayar el papel desempeñado en la Isla por las tertulias literarias que animaron primero Domingo del Monte y Aponte y José de la Luz y Caballero más tarde.8
No sería exagerado decir que para esta hornada de humanistas, que fueron intelectuales del primer mundo nacidos en el subdesarrollo, la traducción fue una necesidad, a juzgar por la frecuencia del quehacer y la talla de los hacedores. Huelga señalar que se trataba de una traducción de prevalencia, donde, como su nombre lo indica, priman el genio y las estructuras de la lengua de partida, subordinada a los patrones de la época; que el diapasón de autores no era muy amplio, más bien repetitivo, ni variada la temática, y que las principales motivaciones se vinculaban a la docencia, al teatro y a la divulgación literaria. Pero éste no era sólo un fenómeno cubano, fue característico de la traducción del siglo xix. Las fuentes más importantes para investigar ese movimiento traduccional cubano del siglo xix en su conjunto, son, a nuestro juicio, las revistas que se editaban por suscripción, donde tenían cabida muchas de estas producciones; el Centón epistolario de Domingo del Monte, y las crónicas periodísticas, cuadernos de apuntes y correspondencia de José Martí, compilada en sus Obras completas.
Encabeza este período que llega hasta los albores del siglo xx, o sea, hasta la República semicolonial, la figura del santiaguero José María Heredia y Heredia (1803-1839), una de las personalidades más sobresalientes de la poesía romántica americana, quien vivió largo tiempo en México, donde escribió buena parte de su obra. Además de gran poeta, Heredia fue un polígloto notable; antes de los nueve años ya componía estrofas y, en el seno de una familia de relevancia intelectual, se inició, muy joven aún, en el conocimiento de los clásicos y en los estudios humanísticos. Desarrolló de tal suerte esa afición que, antes de los diez años, leía, comentaba y traducía a Horacio y a otros poetas latinos. En un cuadernito de versos dedicado a su tío Domingo !padre del autor de Los Trofeos! titulado Ensayos poéticos, aparecía la traducción de algunas fábulas de Florián. Entre ellas se destaca por su calidad, sobre todo por tratarse de un traductor tan joven y precoz, la del filósofo y el búho.
Heredia realizó una copiosa faena como traductor. Amén de haber trabajado numerosos poemas del latín, francés, italiano e inglés, lo hizo también con las novelas Waverly o Ahora sesenta años de Walter Scott (México: Impr. de Galván, 1833; 3 vols.); El epicúreo de Thomas Moore, del inglés, y varias obras de teatro del francés, algunas publicadas y llevadas a escena en vida de Heredia y otras después de su muerte. Son éstas: Sila, tragedia en cinco actos de V.J.E. Jouy, (México: Imp. de Alejandro Valdés, 1825), representada con gran éxito en la función onomástica dedicada al presidente mexicano Guadalupe Victoria; Tiberio, de J.M.B. Chenier, tragedia en cinco actos, (México: Imp. del Supremo Gobierno, en Palacio, 1829) y Cayo Graco, del mismo autor; Pirro y Atreo, ambas de Jolgot de Crebillon, esta última estrenada en 1822 en el teatro de Matanzas; Abufar o la familia árabe, de Ducis; Saúl, de Alfieri; El fanatismo, de Voltaire y, presuntamente, Los últimos romanos.
Abordó, asimismo, la traducción de textos no literarios: Bosquejo de los viajes aéreos de Eugenia Roberston en Europa, los Estados Unidos y las Antillas, de E. Roch (del francés) (México: Imp. Galván, 1835). En 1826, acomete la traducción de los Elementos de Historia de Tytler, y que tituló Historia universal (Toluca: Imp. del Estado, 1831-1832; 4 t, 2 vol), de la que se hizo otra edición posteriormente, dirigida por José A. Rodríguez García (La Habana: Cuba Intelectual, 1915). Por demás, esa traducción a la que Heredia hace aportes originales, sirvió de referencia para el texto que escribió el profesor José María de la Torre para su Cátedra de Historia en la Universidad de La Habana.
Notable es la personalidad de Antonio Bachiller y Morales (1812-1889), traductor, por demás. En los Estados Unidos, país donde reside durante diez años como refugiado político, funda The Magazine of the American History y The Scientific American, entre otras publicaciones, y se desempeña tanto en la traducción literaria como en la científico-técnica. Entre las primeras se cuentan El campamento de las cruzadas, drama de Adolphe Dumas; Los celos deseados, de Luis Stella (comedia); y entre las segundas, Fisiología e higiene de los hombres dedicados a trabajos literarios, de Reveillé Parisse, y Rudimentos de lengua latina, de T. Rudinos.
Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), otra grande de las letras cubanas, fue una excelente traductora de Victor Hugo, Byron, Lamartine, Parny y del poeta portugués Augusto de Lima. Según acota Lezama, no traduce la Avellaneda apegándose al texto con precisión rigurosa, son como ella llama, imitaciones, varía los metros, mejora muchas veces el original, les comunica alegría y valoro.9 En sus versiones, aunque se manifieste la primacía de la lengua de partida, hay rechazo a la copia servil del modelo.
Al grupo femenino del diecinueve habría que incorporar a Aurelia Castillo de González (1842-1920) y a Mercedes Matamoros (1851-1906). A la primera se debe la versión fiel y ajustada de La hija de Iorio, de D'Annunzio, y algunas composiciones de Vittoria Agancor-Pompili, Ada Negri, Carducci, Lamartine, François Coppé, Fernand Gregh y Byron.
Los primeros trabajos que dio a conocer la Matamoros, en 1878, fueron traducciones de Byron, Chenier y Longfellow. Henríquez Ureña señala que sus traducciones de las veintitrés melodías hebreas de Byron y las de los treinta y un Cantos y baladas de Thomas Moore fueron muy apreciadas. También tradujo (en dos versiones) La joven cautiva, de Chenier, El águila y la paloma, de Goethe y Pegaso bajo el yugo, de Schiller.
Antonio y Eusebio Guiteras Font realizaron una notable labor pedagógica que les incentivó a traducir obras didácticas y les conquistó un lugar aventajado en la relación de traductores cubanos del xix. Eusebio (1823-1893) tradujo el Catecismo de la misa (1863) y un Método práctico para aprender la lengua francesa expresamente (sic) adaptado a la capacidad de los niños (1869). También corrigió una antigua versión española de la Biblia y de Enni Sacri, de Manzoni.
Por su parte, su hermano Antonio (1819-1901) fue traductor en versos libres de los cuatro primeros libros de La Eneida de Virgilio (Barcelona: Jaime Jesús, 1885), como también hizo, por demás, entre otras traducciones del francés (El cervecero del Rey de D'Arlincour y Las dos Dianas, de Alejandro Dumas), Carlos Manuel de Céspedes (1819-1874). Algunos años atrás, ya habían aparecido fragmentos de ese trabajo sobre el clásico latino en un periódico de Madrid por gestiones de Domingo del Monte. Otros trozos se publicaron también en el Aguinaldo de Luisa Molina, El Liceo de Matanzas, Revista de Cuba, El Ramillete y la Ilustración Cubana (Barcelona). La traducción de Guiteras concitó posteriormente elogios de la crítica cubana y extranjera: Guiseppe Favole Girande le dedica un artículo titulado La Eneida traducida por un cubano, que vió la luz en la Revista Cubana, La Habana, 1935;1:60-90, y (Heredia, ¿Nicolás?), otro, con el título de La Eneida de Virgilio. Traducción en verso castellano por el señor Don Antonio Guiteras [...]o, dado a la estampa en El Tipógrafo, Matanzas, 13 de octubre, 1901; 1(36):10.
Cabe hacer un aparte para otras dos parejas de hermanos traductores en el período. Fueron éstos José (1834-1900) y Juan Ignacio (1842-1889) de Armas y Céspedes, y Francisco (1836-1907) y Antonio Sellén (1838- -1889).
Los de Armas se anotaron los trabajos siguientes: José, tradujo del francés: Las orientales, de Victor Hugo, y cultivó la traducción inversa al inglés de obras de teatro de Calderón. Por su parte, las dotes de Juan Ignacio se ponen a prueba con una obra jurídica: Derecho federal, de John C. Calhoun, aparecida en Caracas en 1879.
Max Henríquez Ureña considera a los Sellén: traductores escrupulosos de poetas de diferentes idiomas, y José Martí les dedica varias crónicas en 1889 y 1890, respectivamente. El más prolifero fue Antonio (1838-1889), que en 1877 publicó cuatro poemas de Lord Byron: Parisina, El prisionero de Chillón, Los lamentos del Tasso y La novia de Abydos. Posteriormente, trajo al español al escritor sueco Isaías Tégner, y al polaco Adam Mickiewicz, de quien dio a conocer en La Revista Cubana su poema en seis cantos Conrado Wallenrod. Sellén tradujo asimismo a autores franceses. En Ecos del Sena se publicó, en 1883, un florilegio de los románticos más en boga, y en La Revista Cubana apareció su versión de La esperanza de Dios, de Musset. Del inglés Edward Lytton Bulwer tradujo Amor y orgullo en 1886.
No menos prolija es la actividad traduccional de Francisco (1836-1907), a quien se deben versiones de Intermezzo lírico, de Heine, y del poema de Byron El Giaour. Por encargo de la editora Appleton !la misma donde Martí se desempeñó como traductor en Nueva York! puso en español las novelas Su cara mitad, de F. Barret (1889), La vida de un perillán, de Wilkie Collins (1892), La letra escarlata, de N. Hawthorne (1895), y Plagiado de R.L. Stevenson (1896). Los Sellén compilaron en un tomo titulado Ecos del Rhin, (163 versiones de 38 poetas germanos! También incursionaron en el género teatral, sobre todo Francisco, quien tradujo del alemán el drama en un acto de Z. Werner, El 24 de febrero (1864) y El amor pintor, comedia en un acto y en prosa de Moliére (1856). Señalemos de paso, que la única obra teatral original de Francisco Sellén que fue llevada a las tablas se representó en inglés, en el Berckely Lyceum, en abril de 1893. Se titulaba Las apuestas de Zuleica, inspirada en una idea que desarrolló Balzac en su Fisiología del matrimonio.
Merecido espacio para los cultivadores de la traducción científica o didáctica merecen Esteban Borrero Echevarria (1849-1906), médico, farmacéutico y profesor, quien tradujo Las instituciones antropológicas, de Broca, y el Tratado de aritmética de Wentworth. Manuel González del Valle (1802-1884), junto con una puesta en verso castellano de la ópera El barbero de Sevilla, de Rossini, acomete la Breve historia del proceso en lo criminal, de Pagano y las Relaciones del Derecho y de la Legislación en la Economía, de F. Rivet, publicada en Paris en 1864. Emilio Blanchet (1829-1915), pedagogo destacado y estudioso de las lenguas compiló, en su obra Trozos de literatura francesa, con resúmenes de historia literaria, notas, vocabularios de las palabras contenidas en el texto (sic) y únicamente de las acepciones que allá tienen y un apéndice mercantil, Barcelona, Imp. de S. Marrero, 1875, textos que demuestran que enfocaba esta actividad con profesionalismo y rigor. Asimismo, dejó inédito un libro de epigramas e idiotismos franceses. José del Perojo (1853-1908) se anota el mérito de haber sido el primero que vertió al español, directamente del alemán, el texto completo de la Crítica de la razón pura, de Kant, y una Historia de los orígenes de la filosofía crítica de Kuno Fischer !su amigo y maestro!, también del alemán. Otro germanista destacado, el traductor Antonio Angulo y Heredia (1837-1875), sobrino de José María, tiene en su haber La campana, de Schiller, y París en América, del francés E. de Laboulaye. Miguel Teurbe Tolón (1820-1870), a quien además de haber puesto en español El sentido común de Thomas Payne y un Compendio de la Historia de los Estados Unidos, de Enma Willard (New York, 1854), también le debemos una obra didáctica sobre la traducción aparecida en Nueva York en 1852, titulada The Elementary Spanish Reader and Translator.
Un espacio en este recuento merece también, aunque no haya sido propiamente un traductor, Nestor Ponce de León, por la descollante obra de divulgación de las letras iberoamericanas que desarrolló desde el exilio político en Nueva York en su casa editorial Monitor, una de las más importantes imprentas y librerías de obras en castellano que existiera en el siglo xix en esa urbe estadounidense. Pero, además, a Néstor Ponce de León se debe el Diccionario tecnológico inglés-español y español-inglés, publicado en Nueva York en 1884, que Martí califica de obra indispensable en la biblioteca de todo hombre moderno y herramienta de trabajo de valor para los traductores. Otro autor importantísimo de obras de referencia y traductor por añadidura, !sobre todo de piezas de teatro!, es Francisco Calcagno (1827-1903), autor del célebre Diccionario biográfico cubano. A su factura se deben Adriana Lecouvreur, Angelo, tirano de Padua, de E. Scribe, por encargo de la casa editorial Baker y Godwin de Nueva York; y Torquemada, de Victor Hugo, que tuvo dos ediciones: en México y en Barcelona. Ensayó también la traducción inversa y llevó al francés un proverbio dramático de C. Navarrete, en 1887.
Juan Clemente Zenea (1832-1871) es otra figura destacada de las letras y de la traducción. Con él presentamos una selección de traductores de valía cuyo desempeño pretendemos ilustrar con algunos trozos de su factura y cerrar el período que dará paso al de la República semicolonial, con el que concluye también nuestro estudio.
En Zenea/poeta, hay una huella muy fuerte de Musset. De éste tradujo, y publicó íntegramente en La Revista Habanera (1862), su drama Andrea del Sarto y dos poemas: nAdieuo (1839), que apareció en Poesias de Cuba (1855), y que también tradujo, por cierto, José Antonio Cortina (Revista de Cuba, t 1, 1877) sin que ni el uno ni el otro le hicieran al original mucho favor, si bien la versión de Cortina es mejor que la de Zenea; y la elegía Lucieo, que el cubano incluyó en el segundo tomo de sus Noches literarias en casa de Nicolás Azcárate (1866) que, al decir del notable crítico de la época Enrique Piñeyro, es de excelente factura, pues el traductor supo reproducir de modo sorprendente, el ritmo deliciosamente melancólico del original de Alfredo Musseto. Por la comparación de las dos estrofas que copiamos a renglón seguido, la primera de Musset y la segunda de Zenea, podrán apreciarse las cualidades del traductor:
Adieu ta blanche main sur le clavier d'ivoire,
durant les nuits d'été ne voltigera pas...
¡Paz profunda a tu alma! ¡Adios! Tu mano
Zenea se ocupó, además, con otros autores. De Lamartine tradujo un trozo de Jocelyn y dos poemitas: El iriso y En un álbum; de Leopardi, las composiciones Desengaño e ninfinito; de Tennyson, el fragmento XVI del poema In memoriam; de William Cullen Bryant, La muerte de las flores; de Longfellow, La ventana abierta; del alemán Gustav Pfizer, Los dos rizos, que Logfellow había también traducido al inglés cambiándole el título; de Heine, algunas estrofas del Intermezzo que no poseen gran calidad y de Nicolás-Bermain Léonard, poeta originario de la isla de Guadalupe, la composición Las Antillas.
Jose Agustin Quintero (1829-1885) pertenece a la generación de traductores de la evasión. La evasión de los poetas se realiza de múltiples formas, y una de ellas puede ser a través del acercamiento o la imitación a figuras de otras culturas. Así se manifiesta en ellos la producción que hemos llamado traducción de prevalencia con tendencia a la evasión.
Desde niño, Quintero aprendió el inglés, lengua que llegó a dominar como la suya propia, incluso para escribir en ella algunas de sus composiciones. Cultivó la amistad personal de poetas de habla inglesa, entre ellos, Longfellow y Tennyson, y realizó igualmente versiones del alemán. Entre éstas se destaca uno de los sonetos llamados Geharnischte Sonette, que el alemán Friedrich Ruckert publicó en 1814 en su primera colección de versos titulada Deutsche Gedichte. El soneto del alemán, en forma de preguntas y respuestas comienza así:
- ¡Ay! Prisioneros en esas cadenas vivís atormentados.
- ¿Qué cultivas, labrador? !La tierra que ha de brindarme sus frutos.
- Si, para nuestros enemigos será el trigo; para vosotros, los labradores, los cardos.
- ¿A quién enderezas tus tiros, cazador? !Quiero dar muerte al más gordo de los ciervos.
- Igual que al ciervo y al corzo, a vosotros os cazan y persiguen.
- ¿Qué tejes, pescador? !Redes para los peces temerosos.
- ¿Y de la red mortal en que sucumbes, quién podrá arrancarte?
- ¿Qué meces tú, madre insomne? !Mis niños.
- Si, para que crezcan al servicio de los enemigos, ofendan y maltraten su propia patria.
- ¿Qué escribes tú, poeta? !En letras de sangre inscribo mi vergüenza y la de mi pueblo, que no puede atreverse siquiera a pensar en su libertad
- ¿Cadena que tal vez lleve un hermano!
- ¿Dónde vas, pescador? !La mar serena mi red de hermosos peces verá llena...
- Ve, tráelos al banquete del tirano.
- ¿Qué aras, labrador? !La tierra dura
donde florecen el café y la caña.
- ¿Vana es tu industria; tu afán locura!
Para tí la fatiga y la amargura.
¡El oro y las cosechas son de España!
- ¿Qué corta, leñador, tu hacha pesada?
- ¿Árboles de vigor y pompa llenos!
- ¿Detente, que la patria está enlutada:
a cada golpe de tu mano osada
(hay un cadalso más y un árbol menos!
- Di, ¿qué meces, mujer, en esa cuna?
- ¡Un niño! En él mis ojos siempre clavo.
- Pese, oh madre infeliz, a tu fortuna, desvelada te encuentran sol y luna,
y al fin le das al déspota otro esclavo.
¡Que el alma mía, entonces, el libre vuelo emprenda!
¡Que brote de mi pecho sangrienta y ancha flor!
Y así que el corcel mío me lance entre el ramaje acude y besa al punto mis labios por piedad.
¡Oh tú, que siempre fuiste mi amor rudo y salvaje!
¡Oh casta hija del cielo, sublime Libertad!
Cuadro general de las traducciones conocidas de José Martí
A Mistery, de Lord Byron I-E. No se conserva.
Canción, de Auguste Vacquerie. F-E. No se conserva.
La rima, de Augusto de Armas. F-E.
"Los dos príncipes", de Helen Hunt Jackson. I-E.
Adiós, de Ralph Waldo Emerson. I-E.
Annabel Lee, de Edgar Allan Poe. I-E.
El cuervo, de Edgar Allan Poe. I-E. Inconclusa.
No siempre es mayo, de Henry W. Longfellow. I-E.
La canción de Hiawatha, de Henry W. Longfellow. I-E. Inconclusa.
Lalla Rookh, de Thomas Moore. I-E. No se conserva.
Oda a Delio, de Horacio. L-E. Dos versiones.
A su lira, de Anacreonte. G-E. Leyenda:
A las mujeres, de Anacreonte. G-E.I-E:
Al amor, de Anacreonte. G-E.F-E:
A la paloma, de Anacreonte. G-E.L-E;
A sí mismo, de Anacreonte. G-E.L-E:
Al vivir mi envidia, de Anacreonte. G-E.
A una muchacha, de Anacreonte. G-E.
A los amores de sí mismo, de Anacreonte. G-E.
A la cigarra, de Anacreonte. G-E.
Leyenda: I-E: inglés a español; F-E: francés a español; L-E: latín a español; G-E: griego a español.
Prosa (traducciones y versiones)
Mis hijos, de Victor Hugo. F-E.
Meñique, de Edouard de Laboulaye. F-E.
El camarón encantado (Cuento eslavo. No está verificada la lengua/fuente.)
Los dos ruiseñores, de Hans Christian Andersen. (No está registrada la len- gua/fuente.)
La montaña y la ardilla, de Ralph Waldo Emerson. I-E.
Un idilio de Pascua, de André Théuriet. F-E. No se conserva.
Los trabajos y los días, de Hesíodo. (En prosa poética). G-E.
Ramona, de Helen Hunt Jackson. I-E.
Misterio, de Hugh Conway. I-E.
Atrocidades en Cuba, de Lila Warig de Luaces. I-E.
Antigüedades romanas, de A.S. Wilkins. I-E.
Nociones de lógica, de W. Stanley Jevons.
Prólogo a Misterio (1885).
Comentarios sobre las traducciones de Los Luisíadas, de Luis de Camoens (1882)
Crítica sobre la traducción de G. de Zéndegui de H. Hjorth Boyensen (1887).
Carta a María Mantilla de 9 de abril de 1895.
Cualquier estudioso puede hallar sin dificultad estas traducciones en los tomos que especialmente las compilan de las varias ediciones que se han hecho de sus Obras completas, amén de algunos ensayos que figuran en su bibliografía pasiva y atañen al tema. Creemos más interesante destacar sus opiniones sobre cómo debía realizarse a cabalidad una actividad que abordaba personalmente con absoluto profesionalismo; que respetaba, como todo lo que hacía; y cuyo saber además podía transmitir con autoridad de lingüista, vocación de Maestro y ejemplaridad de Apóstol. Para ello, nos referiremos a la carta que Martí escribe a María Mantilla, desde Cabo Haitiano, el 9 de abril de 1895, semanas antes de morir.
Creo que es difícil para un traductor, al retomar esta carta, no relacionarla con la nota introductoria que pone Martí a la traducción que hace de Mes fils de Víctor Hugo, publicada en la Revista Universal, de México, el 17 de marzo de 1875 y que titula Traducir Mes fils. Y más difícil aún, no establecer un paralelo entre los comentarios que hace Hugo en la citada obra sobre François Victor, uno de sus hijos, traductor de Shakespeare, y los consejos que Martí da en la carta de referencia a su querida niña.
A este paralelo, donde Hugo y Martí hablan de la traducción a través de sus hijos, quisiéramos dedicar nuestra reflexión final.
Dice Martí a María Mantilla:
He ahí, en efecto, a Shakespeare traducido. [...] Importa no perder nada de esta obra enorme [...] Para esto ha debido prodigar en cada frase, en cada verso, casi en cada palabra, una inagotable invención de estilo. Para obra tal, es preciso que el traductor sea creador [...]. Él es el escritor que era preciso [...] Escritor extraño y raro, un escritor que prueba su originalidad con una traducción. No le basta traducir [...] Es lingüista, artista, gramático, erudito. Es docto y avisado. Siempre sabio, jamás pedante. Asimila y coordina las diferencias, las notas, los prefacios, las explicaciones. [...] No tiene esta caverna inmensa un antro en que no penetre él. Hace excavaciones en este genio [...]. (Víctor Hugo. Mes fils.)
Empieza a darse entonces con frecuencia mayor, un movimiento en sentido inverso: muchos autores cubanos son traducidos a otras lenguas No obstante, la obra traducida de los autores cubanos puede y debe desempeñar en las culturas de destino el papel de traducción de referencia. A las puertas de un nuevo milenio, la letra mediada puede y debe, transmitir ya resultados de auténtico sello americano para que alcance esta potencia singular de enriquecer a un pueblo sin empobrecer al otro, de no extraviar lo que toman, y dar un genio a una nación sin quitarlo a su patria (Víctor Hugo, traducido por José Martí).
By going through the history of translation in Cuba, the author relates how this activity has been developed in our island since the encounter of the two cultures until our days. Mainly focusing her balance on literary translation and upon the base of a periodicity established for the studying of Cuban literary evolution, she points out the characteristics of translation in our country in each of those periods (immediate interpreting/translation, of prevalence with some features of domain first and then of rebelliousness, till it became referral translation in which dependant features alternate). She provides relevant data !and in some cases curious data! to be able to follow this process started at the very first moments of the two culture encounter till the first years of the growing Republic. She devotes special attention to the profuse translating activity of our main writers and intellectuals in the XIX Century during which people like Heredia, Del Monte, Zenea and very significantly José Martí standed out as leading figures.
Subject headings: TRANSLATING/history; TRANSLATORS; INTERPRETING; LITERARY TRANSLATION; CUBA.
Aprobado: 28 de diciembre de 1997.
Dra. Lourdes Arencibia Rodríguez. 17 N1 357 (altos) esquina a G, La Habana, Cuba. CP 10400.